Buen Día, señor Ávila “La montaña que decora mi ciudad”


Comienza un viaje de poco más de 10 minutos en teleférico. Desde la altura Caracas se desnuda a los ojos del curioso aventurero. Durante el recorrido la ciudad empequeñece y al llegar a la cima solo se distinguen los vistosos monumentos que validan la grandeza de su historia.

Tras 2400 metros, se arriba al reinado de las nubes y la temperatura hace que el cuerpo se estremezca. La capital venezolana es, a lo lejos, una madeja de figuras geométricas.

El verde se adueña de la mirada. Parque Nacional Waraira Repano, reza el cartel. Un cerro caraqueño protagonista de poemas y canciones. “Buen Día, señor Ávila”, saluda el intelectual Aquiles Nazoa al sitio que otrora recibió esa denominación.

A la magia que rodea su geografía se suma el origen de su nombre. La historia refiere que los indios Caracas llamaron Guaraira Repano o Sierra Grande, a la Cordillera de la Costa, tal como lo acuñó el Gobernador español Juan Pimentel.

Otra versión apunta que “la ola que vino de lejos”, es su verdadera traducción, alusiva a la leyenda indígena según la cual Guaira, el Dios de las Aguas, petrificó una ola inmensa que caía sobre el valle de Caracas, ante las súplicas de los toromaimas. Como resultado de esa acción surgió la montaña.

El imaginario popular también reseña que el vocablo correcto es warairarepano que significa danta, mamífero también conocido en Venezuela como Tapir. Versión recogida en textos de siglos anteriores y que reconocen a warare como un término que simboliza “la gran bestia” y el sufijo –pano, equivalente a las terminaciones castellanas –ero, -ar,-al. Es decir, el apelativo, reconocido entonces como “dantal”, es análogo de otras palabras creadas por los pueblos originarios como Carúpano, lugar donde hay matas de caro, o Tucusipano, lugar de tucusitos.

Lo cierto es que durante muchos años, el lugar fue identificado como El Ávila, debido a que el sector comprendido entre el cerro de Papelón y la Quebrada de Chacaíto, pertenecía, en el siglo XVI, al Alférez Mayor de Campo, Gabriel de Ávila, uno de los fundadores de la capital venezolana.

No es hasta el año 2011 que el líder de la Revolución Bolivariana, Hugo Chávez, devuelve el nombre original con el propósito de honrar la herencia histórica de las comunidades indígenas y reconocer su identidad étnica y cultural.

“Bello Cerro del Ávila mi corazón te ama”

Ascender a sus dominios, significa también encontrarse con el pulmón vegetal de la urbe. En 85 mil hectáreas de superficie, el naciente de los ríos y la variada flora y fauna lo convierten en uno de los destinos más visitados por residentes y curiosos foráneos.

En ese sitio terminas de enamorarte y la naturaleza conspira a tu favor. Atesora ecosistemas relevantes y únicos que despiertan el arte y los deseos de abrazar al más universal de los sentimientos.

Es Waraira Repano un paisaje místico y majestuoso, idóneo además para la práctica de actividades deportivas. El lance puede ser la subida a los picos de Naiguatá, La Silla de Caracas, El Humboldt o Picacho de Galipán. También el deslizamiento, inestable para los principiantes, en la pista de patinaje.

“Bello Cerro del Ávila mi corazón te ama…Por tus caminos empinados siempre voy de excursión. Así busco la luz de las estrellas…”, confiesa la educadora venezolana Blanca Graciela Arias de Caballero en su poema El Ávila, también embriagada por las empinadas que lo caracterizan.

Además de sus tipificidades naturales, Waraira…arropa a un pueblo centenario. Galipán, fue la tierra hace más de 200 años, de hombres y mujeres provenientes de las Islas Canarias quienes se asentaron en la vertiente norte.

Debe su calificativo a una antigua tribu indígena que habitaba la zona “Los Galipas”. En la actualidad más de 2500 personas residen en ese lugar, alejado de la ruidosa y agitada Caracas apenas por 22 kilómetros.

Y si el visitante, se anima a continuar camino encontrará un Museo único el Jardín de las Piedras Marinas Soñadoras, construido con piedras del Mar Caribe. Sus obras pueden ser tocadas y pisadas, sin temor a un regaño. Fue creado por el venezolano Gonzalo Barrios Pérez, quien desde 1967, adquirió el apodo de Zóez, vocablo que en griego significa vida.

Es el único de arte ecológico en el mundo y representa la simbiosis de la Naturaleza y el Universo, además de rendir culto a la mujer, como creadora de la existencia humana y la más sublime expresión del amor.

“La montaña que decora mi ciudad”

El domingo es un día especial, al menos para los amantes del circo. Se unen a las frecuentes estatuas de mariposas, hadas, caballeros del siglo XVIII, titiriteros…juglares de ese maravilloso arte.

Payasos, magos, malabaristas integran el Circo del Sur, proyecto cultural adscrito a la Misión Cultura Corazón Adentro y conformado por artistas cubanos. Dayana, aquella joven del fantástico número del Hula-hoop, el payaso Washiplín y la menuda contorsionista que sorprende por su flexibilidad, son algunos de los más aplaudidos.

Los visitantes detienen poco a poco su paso y terminan por acomodarse en el piso, sobre bancos o apoyados en las columnas que sostienen la pista de patinaje. Y en un círculo cuyos límites están determinados por el público que se acerca comienza una actuación no exenta de risas, miedos y asombros.

Una pareja, mediante códigos y un lenguaje solo conocido por ellos, devela información de los concurrentes. Ella con los ojos vendados pronuncia nombres, edades, números, valor de billetes que él sostiene. Los payasos revolotean en la escena y el equilibrista escala peligrosamente sobre sillas.

Sin embargo, nada les da miedo, nada les asusta. Además del Waraira Repano, el Circo del Sur traslada sus bártulos a otros cerros menos vistosos y coloridos. Y allí arropados por niños desconocedores del arte circense arman su espectáculo. Algunos, con una sonrisa inocente, les han confesado querer ser como ellos.

Llega la hora de despedirse de esa montaña que rodea Caracas y que puede observarse desde varios ángulos de la urbe. No obstante, para algunos es un hasta luego. Quien reside en la capital venezolana tiene al Waraira Repano como un vecino en reposo, que a veces, a modo de guiño, enciende una luz nocturna.

Como aseguró el intérprete IIan Chester en su canción “Canto al Ávila” es casi imposible viajar de Petare rumbo a la Pastora y no contemplar esa montaña que decora la ciudad.

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